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VISITANDO JALISCO

  • nuestrasraicesblog
  • 12 may 2019
  • 3 Min. de lectura

Por Valeria Cobian


Apenas era la una de la madrugada cuando todos empezaban a subir al autobús que iba rumbo hacia el estado de Jalisco. Un grupo de apenas cuarenta personas de diferentes lugares del mundo se acomodaban en sus respectivos asientos para comenzar el largo camino.


Aproximadamente el viaje fue de ocho horas para llegar a la primera parada, Tequila, el pueblo mágico. El chofer del autobús se detuvo a unas cuatro cuadras del centro del pueblo. Caminamos un poco y por grupos, nos separamos para desayunar.


Una hora y media después, todos nos reunimos en el autobús para ir a la fábrica “La Herradura”.

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Caminamos un poco, el camino empedrado hizo que algunos casi se cayeran. A la mitad había un túnel que apestaba a humedad, es algo como un acueducto. Unos minutos después, el grupo se encontraba frente a la puerta principal de la hacienda.



Por Valeria Cobian. Vista a la hacienda de "La Herradura".

Dos policías que se encontraban en la parte de afuera nos indicaron ir a la recepción para encontrar a nuestro guía y para que nos dieran los boletos del tour. Frente a la recepción se puede observar a unas mujeres cocinando.


Diez minutos después llegó Marlene, la guía. Se presentó y nos señaló que la siguiéramos por el todavía camino empedrado.


“La hacienda fue fundada en 1820 por un sacerdote de nombre Feliciano Romo”, nos contó. “Al morir, heredó la hacienda a sus sobrinas, quienes con el tiempo comenzaron con la producción del tequila”, siguió.

A lo largo del recorrido, Marlene se detenía y explicaba sobre el proceso de fermentación, de empaquetación y distribución. “Fue hasta el año de 1870 que nace el nombre de Casa Tequila Herradura”, mencionó.


Ubicada en Amatitán, Jalisco, esta hacienda hace y distribuye tres marcas: El Jimador, Herradura y Antiguo Herradura. Es la segunda casa tequilera más importante del mundo.


Adentrándose en la hacienda, se pueden observar los hornos donde el agave es fermentado, al igual que las tinas a donde llega el producto y finalmente, a los tanques donde se destila.


Para finalizar la visita, la hacienda nos brindó una degustación de tres diferentes tequilas: blanco, reposado y añejo. Todos deliciosos y con sabores diferentes.


Antes de regresar al autobús, muchos se detuvieron a hacer algunas compras en la tienda de la hacienda.

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Alrededor de las cuatro de la tarde llegamos al hotel donde nos hospedaríamos por una noche. En grupos de cuatro, cada quien se dirigió a sus habitaciones, descansaron, se relajaron un poco, comieron y en la noche, salimos a buscar un bar.


Llegamos a “Bananas”, un bar ubicado en la reconocida avenida Chapultepec. La mesa era bastante pequeña para las treinta personas que íbamos. Después de algunos tragos y algunas horas de risas y pláticas, buscamos un lugar para bailar.


A tres cuadras se encontraba un club nocturno que parecía prometedor, sin embargo, no lo fue y poco después de media noche regresamos al hotel.

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Por la mañana, mientras unos se alistaban y otros desayunaban, nos encontramos en el lobby para ir a nuestro siguiente destino.


Llegamos a Tlaquepaque, un pueblo donde hay artesanías, gastronomía típica mexicana como las famosas tortas ahogadas originarias de ese mismo estado y muchas calles pintorescas. Algunos desayunaron por ahí, otros hicieron algunas compras y otros solamente se quedaron en el autobús a descansar.


Los locales eran bastante amables, los extranjeros estaban muy felices de estar ahí, parecía que nunca habían visto una pulsera artesanal. Un grupo de chicas francesas compró pulseras y hasta un sombrero charro de recuerdo.


Después de un largo rato, todos regresamos al autobús para ir a nuestra última parada.


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El sol estaba en su máximo apogeo, pero no duró lo suficiente, pues treinta minutos después de llegar al Lago de Chapala, comenzó a nublarse.



Por Valeria Cobian. Vista al Malecón Chapala por el muelle.

Muchos quisieron probar los mariscos y platillos típicos del lugar, parece que para los extranjeros una mojarra es exótica.


A unos cuantos minutos en lancha está la famosa Isla de los Alacranes. Los locales se acercan ofreciendo un recorrido por el lugar. Unos niños de entre 8 a 10 años explicaban que con el paso del tiempo, cada vez hay menos alacranes.


Parece simbólico para ellos, pues tallado sobre una piedra hay un alacrán, que, de cierta forma, le da un significado a la isla.


Los niños guardan algunos alacranes que ya no tienen veneno para que los turistas los puedan agarrar sin correr ningún riesgo. Son pequeños, pero no muchos quisieron tocarlos.


Cerca de las seis de la tarde emprendimos el regreso a la Ciudad de México. Mientras todos iban bajando del autobús, parecía que fueron de compras. Bolsas llenas de tequila, de artesanías y Aude, la chica francesa del sombrero charro.



Cansados, quemados por el sol, pero felices de haber conocido un poco de Jalisco. Sin duda, una gran idea de fin de semana.

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